miércoles, octubre 04, 2006

Bar, parte dos

Y cómo es, o cómo era mi bar...?
Retomo lo que decía hace… un año, seis meses, tres años, diez días, un milenio? En fin… en otra existencia.


“Todos hemos pasado
por la puerta del bar
donde para la vida…”


Y resutla que el otro bar, el de la traición, el de la baraja amarga, el del engaño también está en mi barrio ideal.
También está en mi calle, en mi barrio, en el maldito/bendito camino de todos los días, y yo no lo sabía… O mejor dicho, siempre lo supe, pero fue siempre tan evidente que nunca tuve necesidad de pensarlo, de tantearlo mentalmente: siempre estuvo allí.
Y lo particularmente bello de todo es que los dos bares, el ideal y el indigno, son uno solo.
Uno único indiviso unívoca unidad, el Iluminado y el Maldito, el Ying y el Yang, y el péndulo oscila impunemente entre la luz y las tinieblas. Sol y oscuridad.
El mismo bar de puertas vaivén, madera putamente celeste rancia con la chapita de aluminio a la altura de la talla general del porteño medio y de sus manos, crujientes sillas marrones, mesas más oscuras y más ruidosas, corpulentas ventanas, eternos ventiladores de techo, mostrador de mármol y aluminio. Exactamente el mismo bar es uno y es otro.
Es el de la mina, por definición extranjera y casi una refugiada en esas tierras, y también es el del trago áspero, agrio.


“La chica que esperaba era infinita,
como el bajo que perdí”

Esperando en vano el matiz del amor en esas sillas, mirando inútilmente por las ventanas el inútil paso de los automóviles con sus estúpidas e inútiles ruedas rodantes y de los peatones tan ambulantes y absortos en sus más inútiles tareas.

Hay un bar en el barrio de Flores, y sin que en esto tengan que ver ángeles grises o morochos sensibles… o sí, qué sé yo… decía que hay un bar por Flores en donde es imposible entrar con una dama, beber o simplemente estar entre sus parroquianos, en general todos acompañados, y salir en las mismas condiciones.
Ese bar existe, y existe pese a todos los cambios que hubo en la cuadra, pese a que cambió de dueños en varias oportunidades, y pese a que cambió su aspecto general y particular en otras tantas.
Reformaron el frente de diversos colores, modificaron su estilo exhibiendo diversidad de gustos o costumbres o ajustándose a las modas, cambiaron metódicamente sus mozos, con los inconvenientes de despidos, indemnizaciones y juicios laborales que todo eso atañe… y sin embargo, su estirpe, su fatal providencia, su triste sino sigue intacto.


“¿Adónde fuimos a buscar
aquél beso?
¿A quién supimos engañar
esa vez?”


- Va a ser mejor que no nos veamos.

¿Qué va a ser mejor?
¿Cómo es posible saberlo, allí sentados, con los vasos, platos, botellas, servilletas y tazas apoyándose, ignorantes todos, en cada una las mesas, y enunciarlo en una frase, así, sin comas, sin respiraciones, sin mirar, sin besos, sin recuerdos, sin presentes y sin futuros?
¿Estás llenando un formulario de aduanas, estás completando los requisitos para abrir una cuenta bancaria, estás mencionando los artículos que están a la venta en un bazar?
¿Y las noches que pasaron filosas, nocturnas, con estrellas, nubes, truenos y rocío, y las tardes que languidecían en nuestros brazos, y las frías mañanas que conteníamos entre besos y sonrisas? ¿Y las madrugadas desdentadas de lunas y embrionarias de soles? ¿Y la risa, la alegría, adónde fueron?




- Va a ser mejor que no nos veamos.

Sí, no me mires así. O acaso no sabemos que va a ser mejor.
¿Cómo no saberlo aquí y ahora,vos y yo, y también ayer vos y yo, si ya no tenemos presente ni futuro? ¿Cómo es posible ignorarlo aquí sentados?
¿No ves el café enfriándose tan decoroso dentro de las tazas, no ves a las medialunas de la mañana secándose mudas bajo las malditas campanas de vidrio, las copas vacías añorando un tintinear ausente?
¿Qué estamos haciendo, completando requisitos para fundar una sociedad de responsabilidad limitada, estamos inventariando artículos para ubicarlos a la venta minorista en un comercio?
Las noches nos pasan romas, chatas, obtusas y secas, como si no fueran nocturnas, se nos van sin estrellas, sin nubes ni truenos o rocío. Las tardes y las mañanas se nos endurecen en nuestros brazos anémicos, y se nos escapan temblorosas entre difusas miradas.
Y las madrugadas, atiborradas de gravámentes y saldadas en cálculos de debes y haberes entre lunas y soles nos exportan, con número de remito y todo a esta monotonía, a esta cruel práctica. Y ¿para qué?, ¿para formar parte de la estadística?, ¿para nombrar, mencionar y cumplir con todas y cada una de las exigencias obligatorias y así ensombrecernos y arruinarnos la vida?


“… sobre tus mesas que nunca preguntan,
lloré una tarde el primer desengaño…”
En este bar la traición o la amargura nos toman de la mano y nos llevan limpia y cándidamente por un camino que jamás descubriremos adverso, pobrecitos nosotros que caminamos encendidos de devoción por la vereda del sol, y la maravilla persiste hasta que nos hallamos en pleno precipicio, las manos vacías, los ojos incrédulos, implorante la piel.

Y sucede que llorar no sirve de nada, maldecir no sirve de nada y ya matar o morir no sirve de nada, pero de todas formas se llora, se maldice y se mata y se muere por igual.
Ya nada cambiará la letra escrita, el episodio resuelto, el capítulo iniciado, el puñal sangrante.
Cuántas veces hemos advertido el peso de los años, la cadencia de los acontecimientos que nos bambolean hacia los rumbos más impensados en esas mesas.
Allí está el bar, esperándonos.


El bar, la mesa, la silla precisa queridos amigos, ya están marcadas con nuestro nombre y con él nuestro destino, y eso lo saben muy bien.
Nos esperan pacientes y nos observan desde allí todos y cada uno de los días en que pasamos cerca o lejos de sus acres fronteras. Nos aguardan sin apuro y mientras tanto, se distraen con conversaciones de fútbol o política y hasta hacen tiempo ensayando cruelmente con murmullos y besos de algunos amantes imprecisos.
Pero no nos equivoquemos, sólo están esperándonos.

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